Llevamos aproximadamente un 30% de la temporada, quizás 40. Desde que casi todos empezamos en agosto con la pretemporada, hasta hoy, en la mayoría de los equipos, sean masculinos, femeninos, senior o de cantera, se habrán producido situaciones delicadas, desagradables, complicadas o leves roces. Es algo natural, y difícil de evitar, ya que un equipo, no es más que una micro sociedad, donde los intereses personales entran, a veces, en conflicto con otros intereses personales, o con los colectivos.
En España tenemos la tendencia a criticar destructivamente a los demás. Más en los tiempos que corren, a los políticos, y a veces, no nos damos cuenta, que nosotros, los entrenadores, somos los presidentes del Gobierno, de nuestro país llamado equipo.
Los entrenadores tenemos que ser capaces de detectar los posibles problemas que se puedan producir en el grupo. Adelantarnos a las situaciones. Esto se consigue con una comunicación constante con los jugadores, y con una observación en los entrenamientos y partidos que va más allá de lo meramente técnico o táctico. Detrás de cada jugador, hay una persona, con su mochila de emociones y experiencias. No lo olvidemos. Quizás determinados comportamientos tienen su explicación más allá de lo que ocurra en la cancha.
Por otro lado, nosotros tenemos una visión de lo que queremos que sea el equipo, o de cómo debe jugar o entrenar. La responsabilidad de alcanzar esas metas, no es exclusiva de los jugadores. Todos los entrenadores ponemos nuestro máximo empeño en alcanzar los logros planificados, pero, a veces, no se consigue, ya sea por nivel técnico, táctico, o por otros motivos.
Nuestra responsabilidad debe llevarnos a no rendirnos ni tirar la toalla hasta el último segundo de la temporada. Puede haber circunstancias que no nos gusten, comportamientos de jugadores que nos molesten, actitudes de padres que nos disgusten, etc., nosotros debemos pensar en cómo revertir esas situaciones en beneficio del grupo. Debemos transformar las corrientes en contra, en corrientes a favor, que nos ayuden a remar en la misma dirección, sin quedarnos en la epidermis del juicio fácil y simplón de que los demás lo están haciendo mal, y poco más. Hay que profundizar, ver la raiz de los problemas o de las situaciones que no nos convencen y que creemos que nos lastran. Y es un trabajo que no cesa, en el que no debemos descansar, por lo menos, hasta que termine la temporada.
Será entonces, al final de la temporada, cuando hagamos nuestro análisis reflexivo, veamos donde nos hemos equivocado, y dónde tenemos que mejorar. Este análisis, debe ser constante a lo largo de la temporada, pero enfocado a la mejora continua del grupo. Siempre debemos preguntarnos ¿qué está en mi mano para mejorar esta situación o a este jugador?
Nos debemos a nuestros jugadores y jugadoras, esa es nuestra labor.
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