miércoles, 7 de octubre de 2015

Padres, ¿por qué no?

Existe una tendencia instaurada en nuestro baloncesto de que los padres están para animar al equipo y sentarse en la grada, sin intervenir para nada en el equipo.
 
Pues yo no estoy de acuerdo.
 
Somos reacios a compartir con los padres por miedo a que se metan en nuestra parcela, a tener que aguantar a ese padre-entrenador que cree que su hijo es muy bueno y debería jugar más minutos que el resto. Al  padre que ha sido profesional, o semi, o ha jugado en las canchas de su barrio pero lleva un entrenador en lo profundo de su ser.
 
La mayoría de entrenadores entrenan a jugadores que no van a ser profesionales del baloncesto. Seguro. Aunque entrenes en el Partizan o en el Real Madrid. Esto es un hecho. El mercado es el que es y no tiene cabida para que la gran cantidad de chicos y chicas que practican baloncesto, por muy buenos que sean, puedan llegar a ese mal llamdo profesionalismo (esta es otra historia, lo que debería y lo que no debería ser profesionalismo).
 
Partiendo de la premisa del anterior párrafo, los entrenadores debemos centrar nuestra atención, tanto en enseñar baloncesto, como en apoyar los procesos de educación del niño. Y ahí, no estamos solos. Es más, si nos aislamos, perdemos aliados, perdemos oportunidades de compartir con aquellos que están la mayor parte del tiempo con nuestros jugadores. Ásí que como primera idea, mezclate algo más con los padres de tus jugadores y abre las orejas y los ojos.
 
No es necesario que compartamos nuestra forma de juego o los conceptos que quieres entrenar (o sí), pero el entrenador es algo más que pensar en una forma de juego. Es responsable del crecimiento del equipo y de ser un buen gestor de personas. Y aquí entra mucho el conocimiento que tengamos del jugador, ¿y quien mejor que sus padres conocen al niño? Así que como segunda idea, no es malo hablar con los padres de cómo son tus jugadores.  
 
Al ser un gestor de grupo, tendrás que tener unas metas de intangibles. Formar personas debe trasladarse a acciones concretas. Salir con ellos a algún evento que les pueda interesar, compartir alguna experiencia fuera de la cancha (rutas en montaña, parque de atracciones, etc.). Comparte esas metas con los padres, hazles partícipes, que sepan qué pretender conseguir con el equipo. Muestrales tus tareas concretas para conseguirlo. Haz que se involucren. Remar en la misma dirección.
 
Y otra cosas que yo haría (bueno, que hago) es compartir con ellos los objetivos de mis partidos y de la semana de entrenos, incluso los técnicos. Así les ayudo a ver el partido de otra manera, de que se olviden del resultado, de que se centren en el camino, que se olviden de si su hijo ha jugado más o menos, y se centren en los objetivos del equipo. Por ejemplo, pon el objetivo de conseguir que el rival agote la posesión de 24" una vez en partido. Compartela con los padres. Se centrarán en la defensa, pero de otra manera.
 
No excluyas a los padres. Gánatelos. Ellos están de nuestra parte. Seguro. No nos excusemos en casos particulares de algún padre pesado para establecer normas generales que limitan a una mayoría que pretende lo mejor para sus hijos, es decir, lo mismo que nosotros.
 
Evidentemente lleva su trabajo. Lleva el aprender a conversar, a poner límites a quien haya que ponerlos, pero si el objetivo es el mismo (y si no lo es para algunos, trabaja para que lo sea), entonces, debemos empezar a pensar que los padres están en el mismo bando y que forman parte del equipo.
 
Atrevete.

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